Nueces rotas

    20 jul 2025 / 08:57 H.
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    Junto a la casa donde nací, en Segura de la Sierra, se encuentra la antigua iglesia de San Vicente, construida por la Compañía de Jesús allá por el siglo XVI. De niño jugábamos al escondite entre las ruinas y allí vi, por primera vez, una película de romanos, que era la moda. Un cine de verano con quinientos años. No tenía tejado, tan solo un arco central, y se decía que los franceses habían invadido el pueblo y la destruyeron. Lo que resulta curioso es que no destruyeran la otra Iglesia que está justo en su lateral izquierdo. Lo cierto es que no fueron los franceses sino el propio Ayuntamiento el que le quitó el tejado y la fachada para dar cumplimiento de una orden real para sacar los entierros de la parroquia y, por supuesto, al aire libre. En 1788 el alarife (contratista de obras) Ignacio López Sola reclama unos cinco mil reales al Ayuntamiento por esa obra, quejándose, de camino, de que el Ayuntamiento había obtenido mucho más beneficio con la venta de los materiales que el dinero que a él se le adeudaba. Fue entonces cuando se convirtió en cementerio o Camposanto. Muchos años después me dio por escribir un cuento, todavía desconocedor de lo anterior, en el que hablo de un supuesto “delirium tremens” del sacristán que se veía perseguido por múltiples esqueletos que reían como un “celemín de nueces rotas”. Me preocupa que esos esqueletos llegaran a mi cabeza antes de saber nada de ellos.

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