No más invisibles

    23 oct 2025 / 08:26 H.
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    Aquel martes, sonó el timbre, salí de clase deseando no ser vista, como tantos días. Guardé el archivador, con prisa, en mi mochila, esa que nunca más llevaría el bocadillo del recreo. Por los pasillos, sólo miraba, cabizbaja, el suelo que ya conocía perfectamente. De camino a casa, no pensé en absoluto en la rica comida, aderezada con mucho cariño, que siempre me preparaba mi madre ni en el entrenamiento de fútbol que tanto me apasionaba. Como tantas veces, tenía a mucha gente respirando cerca de mí pero a mí no me veían. No recordaba cuánto tiempo llevaba despertándome con el miedo y el sufrimiento y huyendo de unos monstruos que acechaban en la puerta de clase, en los servicios o en los patios del instituto. Subía las escaleras de casa y un deseo enorme de buscar la luna se apoderó de mí, quería agarrarme a ella, a su luz, para seguir a flote. No pude: mi luna se convirtió en silencio. Suena el timbre, pero ahora el de mi instituto. Veo mochilas, pasillos, aulas, me indigno y un dragón se enciende: no más espectadores, padres, profesores o compañeros, no más mirar y callar, no más burlas, no más mientras no me toque a mí, no más silencios, no más inacción, no más invisibles.

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