Ni santos, ni inocentes

    29 dic 2024 / 10:30 H.
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    En la calle Millán de Priego había una tienda especializada en disfraces, petardos, bengalas y artículos de broma. Tras su largo y estrecho mostrador las vitrinas, cajones, estanterías y altillos mantenían en silencioso orden los útiles necesarios para cualquier ociosa celebración señalada en el calendario. Carnaval, Semana Santa, San Lucas y sobre todo Navidad, ya que en vísperas de los Santos Inocentes se llenaba el negocio con clientela en busca de cigarrillos que explotan, cacas de cartón, bombas fétidas, o caretas de Frankenstein con la que asustar a la parienta o gastarle una inocentada al cuñado. Ya hace algunos lustros que aquel comercio conocido popularmente como “La tienda de las bromas” cerró para siempre sus persianas. Desde entonces a este mundo actual, no tan lejano de aquellos tiempos, han cambiado mucho las cosas y las inocentadas a peor. Ahora todos los días son veintiocho de diciembre porque en cada minuto de sus horas mueren niños inocentes y hasta la tierra que pisamos empieza a sentirnos extraños. El cuerpo no está para bromas y ni siquiera un monigote de papel blanco rascándonos la espalda nos hace menos culpables.



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