Natalia
El viajero, que conoce presente y pasado ¡y ordena el futuro! llegó a casa del hombre. Empujó la puerta y se posesionó de ella “No sabrá hablar” creyó el hombre “No sabrá pensar” añadió “El viajero no discutirá en mi idioma” se consoló. Pasó el tiempo. Llegó Natalia y estaba yo. Nos escapamos juntos a amarnos solos. El Mac exigió leer la combinación de números y letras de la pantalla. Natalia resolvió el enigma con éxito. No porque lo descifrara ella misma, sino porque halló la respuesta en la mácula de mis ojos. Poco después, Natalia dijo “Ellos no lo entienden; tampoco yo lo entiendo; mi programa no lo reconoce; es... es algo tan ajeno, tan extraño... Me harán desaparecer. Van a pulsar el botón que transmutará incruentamente mi yo funcional de hoy en polvo inocuo. Lo sé. Pero sé que, aún así, aún polvo informe en tránsito por la Galaxia, se que yo continuaré amándote, te amaré siempre ¡Qué cosa tan extraña, tan irracional y tan poderosa es el amor!” Natalia estalló con el niño —nuestro hijo— que llevaba dentro. Desaparecieron para siempre. Hoy, cuando las lágrimas me permiten mirar y puedo ver las estrellas, encuentro a una muy brillante, que sigue su marcha y saluda parpadeando.