N. O. M.
Otra vez nos acribillan con un Nuevo Orden Mundial, con una última Gran Guerra. Con un retroceso económico global que, dicen, va a afectar especialmente a Europa. Si no fuera por lo acostumbrado que uno está a estos devaneos y amenazas, tendría que empezar a preocuparse pero ya tengo el pecho de hojalata y es difícil atravesarlo con más idioteces. Ocurrirá lo que tenga que ocurrir porque saben, o eso espero, que cualquier dedo en el botón significa autodestrucción. Y no es de recibo autodestruirse solo para destruir al vecino. Ni siquiera en lo económico y menos en lo social. Hace ya tiempo que descubrí que las guerras no son sino una acción que llevan a cabo quienes se benefician posteriormente de las mismas. Ahora es cuando viene el negocio de las reconstrucciones, las infraestructuras a sustituir y un nuevo orden global. Tiempos de grandes oportunidades para quienes invirtieron en destrucción para poder invertir en reconstrucción. Y todos quieren su parte del pastel. Yo puse mil, yo puse cinco mil, yo puse... y así. La situación me recuerda las duras homilías del cura del pueblo condenándonos al fuego eterno en cada misa. Hasta que un buen parroquiano, alzando la voz sede el fondo de la iglesia visiblemente molesto con las reiteradas condenas a hogueras eternas, pidió permiso para hablar y dijo: Padre cura, si hay que ir al infierno se va, pero no nos acojone más.