“Mono” de telón y escenario

07 abr 2025 / 08:52 H.
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Hay síndromes de abstinencia y síndromes de abstinencia. Y no todos ellos pueden calificarse como nocivos o peligrosos. Eso, al menos, me indica mi particular “marcador”, ese que me va avisando cuando necesito una dosis más de teatro, telón, escenario, butaca..., y toda esa parafernalia que conlleva enfrentarse a universos paralelos que interaccionan contigo y te elevan, dejan caer, zarandean, abducen e introducen gramos de imaginación de los que te permiten mirarte en espejos distintos, identificarte, odiar, compadecer o aplaudir acciones y propuestas que, justo ante tus ojos, se desarrollan con la intensidad propia de esa cercanía que permite escuchar el latido del actor, observar su pupila dilatada, distinguir las gotas de sudor en su frente o sentir su mirada fija en ti.

Todo esto me empuja a “okupar” —dicho en ese lenguaje que ahora llena noticiarios— filas cercanas al escenario, butacas de “proximidad” como las zonas de entrega de pedidos de los supermercados, y posiciones centradas y “de pasillo” en aquellos espacios escénicos en los que ofrecen obras de interés, que suelen ser casi todas.

Otra de las opciones que calman mi ansiedad, mi “mono” de escenario, son las salas pequeñas, las salas “off”, las salas “B”, esos enclaves de recortado aforo que permiten la interacción más absoluta entre actor, actriz y público expectante. Claro que, en teatros grandes tampoco hay problema ya que, como antes mencionaba, todo es cuestión de elegir con tino y antelación el puesto de vigía que permitirá absorber la dosis adecuada para calmar el síndrome.

En nuestro jaenero espacio cultural pocas son las opciones. La recoleta Salala Paca ofrece, sin duda, ese roce íntimo que traspasa la cuarta pared. El grandioso Infanta Leonor requiere puntería para alcanzar la orgásmica experiencia de la cercanía al escenario. Y el antaño “glorioso” Darymelia, ha quedado reducido a propuestas menores.

De ahí que, con cierta periodicidad que va aumentando progresivamente con el avance de los calendarios, el “mono” me impele a traspasar Despeñaperros y recorrer el Olimpo madrileño a la busca, captura y deleite de mil y una propuestas con que “alimentarme”. Hace apenas horas, aún con el traqueteo de nuestro inefable Media Distancia, Renfe a través, hemos regresado de una minigira en la que nos hemos topado con Federico y su “Zapatera Prodigiosa”, versionada por José Maya en el Pavón; con Marguerite Durás, adaptada por Magüi Mira en esa “Música” representada en el Infanta Isabel; con Lola Herrera “Camino a la Meca” en el Bellas Artes; con un nuevo acercamiento al universo Arniches en el Fernán Gómez con una “Señorita de Trevélez” en estado de gracia y, finalmente, con el toque gamberro y alternativo del Lara con unas “Santas y perversas” que ponen el contrapunto a las propuestas anteriores. Un recorrido intenso que calma momentáneamente mi síndrome y que me ha llevado por historias “de mujeres” en esta ocasión, textos de profundo análisis, desinhibida potencialidad o acercamiento al clásico, pero vestido con un tul de, casi, absoluta realidad actual. El teatro es una excelente medicina para abrir mentes, alterar espíritus “mezclados, no agitados como diría Bond” y abrir esa ventana por la que vemos y nos ven, pensamos y “nos piensan”, observamos y nos observan ya que nuestra retina, nuestros ojos, constituyen la materia con que se construye esa cuarta pared que antes salía a relucir.

El teatro abandonó la televisión tiempo ha, pero ¿quién no recuerda —si la edad se lo permite— aquellas sesiones de Estudio 1 en las que toda la familia se reunía para ver un clásico del Siglo de Oro, una comedieta, un entremés, la última de Alfonso Paso o, en ocasiones, alguna propuesta de cierta vanguardia sin traspasar los límites del momento?

Alguien, Aute, cantó una vez aquello de “cine, cine, cine, más cine, por favor” y yo, en mi ansioso despertar con el “mono” a cuestas, transformo la estrofa: “teatro, teatro, teatro, más teatro, por favor”. No puedo vivir sin él. ¿No era esa otra canción?



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