Memorias de África

    03 oct 2025 / 09:20 H.
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    Incline la cabeza”, le sugiere Danys Finch acomodándole la cabeza cargada de espuma a Karen Blixen, aquella escritora danesa interpretada por una exultante Meryl Streep en la película dirigida por Sydney Pollack, estrenada hace justo cuarenta años. Lo demás, ya lo saben: el verso de Samuel Taylor Coleridge en la sucia delicadeza magistralmente precipitada por el joven Redford, a modo de un bautismo profano: “Reza bien quien bien ama al hombre, a la bestia y al pájaro”. Y el agua del jarro caía sobre el cabello de la confiada protagonista, en cuyos ojos nacía el ángel clandestino de los desencantados. Fuego de la esperanza, aquella cinta cuyos acordes compuestos por el célebre John Barry dieron acento al drama y melancolía a las tardes del invierno en casa, mientras esperábamos la llegada de mi padre. Por eso su música me huele aún a verdura cocida. A comida de mañana. A lección de geografía. A carta que nunca fue enviada a su destino. Con Robert Redford muere un cine más necesario que nunca.

    En África murió Servando Mayor. El 31 de octubre de 1996 nos despertamos con la desconcertante noticia de su martirio. En pleno conflicto étnico del genocidio ruandés, asistiendo como cooperante en el campo de refugiados de Nyamirangüe, en Bugobe, fue asesinado junto a otros tres hermanos maristas por una de las milicias interhamwe, de procedencia hutu, que realizaban incursiones violentas en los campamentos y provocaban la movilización de millones de personas hacia las montañas, atemorizadas por los excesos de estos grupos paramilitares, cuya impunidad era ejercida al servicio de la inteligencia de las grandes potencias europeas, ávidas por hacerse con el control de los minerales tecnológicos. Observador incómodo y ante la pasividad internacional, Servando lo denunció en repetidas ocasiones a través de innumerables cartas que escribía a su madre y hermanos, hasta que, un día antes de ser torturado y ejecutado, pidió en prime time, en un desesperado SOS radiofónico emitido a través de una entrevista en la cadena COPE con el desaparecido locutor Antonio Herrero, el compromiso del Gobierno Español y del Vaticano para trabajar en el cese inmediato de la violencia y el respeto por los Derechos Humanos básicos en la zona. Esas fueron las últimas noticias que tuvimos de su paradero, tras desobedecer la orden del Superior General de aceptar su evacuación junto con otros religiosos extranjeros: “El buen pastor no abandona a sus ovejas cuando más lo necesitan”, dijo antes de que se cortase definitivamente la comunicación con ellos. Recuerdo su sagacidad y su carisma. Conservo como un don sus cartas y sus vivísimas alocuciones a no dormirnos en la juventud, salpicada de señuelos superfluos. Ese día, recién estrenada mi condición de universitario, había novatadas en la Facultad. No tenía ganas de beber ni de cantar de rodillas ni de humillarme en idioteces de niños de papá y regresé con los zapatos llenos de barro, en shock por la pérdida del admirado amigo.

    La flotilla Global Sumud está a punto de llegar a Gaza. Abandonada por el brindis al sol de los ejecutivos español e italiano, que a la hora de la verdad han derretido su firmeza ante otra nueva triquiñuela arbitraria del inquilino de la Casa Blanca, persiste en su objetivo de llegar a las playas del asediado territorio. Ojalá podamos verlos entregar los víveres y ese hilo de esperanza a la población civil gazatí de que algo se ha movido en el resto del mundo, al margen de la patética dialéctica política. Ojalá eso y no otra cosa conmueva a Hamás para entregar sanos y salvos a los rehenes. Y ojalá haya mucha verdad en todo esto y no se quede en otro ejercicio más de marketing humanitario, que no haría sino reforzar la extraña inclinación que, dicen los geólogos, lleva sufriendo el globo terráqueo inexorablemente hacia ya saben ustedes dónde.

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