Más feminismo
El feminismo ha vuelto a dar muestra esta semana que está tan vivo como siempre y las mujeres no serás pasivas ante la fuerte ofensiva de una derecha que vuelve a cuestionar la violencia de género, la brecha salarial o los derechos de las personas transexuales. La agenda feminista sigue interpelando a las mujeres de nuestro país, aunque lamentablemente este año, las manifestaciones del 8 de marzo han vuelto a evidenciar la fuerte división del movimiento feminista. Aunque no será en este artículo donde explicaré mis argumentos sobre estas dos corrientes, si me gustaría al menos plantear algunas reflexiones a tener en cuenta. Lo primer que deberíamos recordar es que el feminismo del siglo XX se caracterizó por la existencia de diversas corrientes que buscaron la emancipación de las mujeres y la transformación de las estructuras de poder. Pero las conquistas sociales y políticas fueron posibles cuando hubo unidad de todas esas corrientes para construir una agenda política global. Así fue como el movimiento sufragista, el movimiento feminista obrero o el feminismo maternalista unió sus reivindicaciones a principios del XX, para conseguir sus demandas y prioridades no siempre coincidentes. Así llegó el derecho al voto, el derecho a los primeros permisos de maternidad y las mejoras de las condiciones insalubres de las mujeres y sus hijos en las fábricas. Claro que hubo diferencias entre Clara Campoamor, Teresa Claramunt, Maria Cambrils, Victoria Kent o Margarita Nelken, pero todas empujaron para conseguir derechos que mejoraron la vida de las mujeres.
Las diferencias entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia también nos dejaron algunas heridas en el siglo pasado, aunque nunca se manifestó tanta intransigencia como ahora, ante los planteamientos de unas y otras. Mientras el feminismo de la igualdad fue tejiendo políticas de igualdad para garantizar los mismos derechos y oportunidades de hombres y mujeres en todos los ámbitos, el feminismo de la diferencia cuestionó y criticó esa visión igualitaria, defendiendo siempre la identidad propia de las mujeres y el derecho a no ser asimiladas a un modelo masculino. Ambas corrientes convivieron y no han sido freno para avanzar en una agenda global feminista, que nos ha dejado grandes avances en las últimas décadas. El feminismo del siglo XXI, sin embargo, ha experimentado nuevas transformaciones y debates internos, en torno a la diversidad de género y está generando unas tensiones y divisiones a priori inconciliables. El feminismo no binario, que integra y reconoce la diversidad de identidades de género, y el feminismo tradicional contrario al movimiento transgénero, que defiende una visión basada en la biología como criterio principal para definir el género, no parecen dispuestos a dialogar. Desde la sociología hay ya autoras como la norteamericana Bárbara Risman, que están empezando a romper con evidencias interesantes esta dicotomía. La coyuntura sociopolítica requiere reflexiones más profundas para redefinir las nuevas estructuras sociales y las cuestiones identitarias que generan hoy la desigualdad y que van más allá del patriarcado, una estructura que desde el feminismo hemos erosionado en el último siglo. Pero una cosa es que haya debates abiertos y otra que existan posturas irreconciliables sobre el futuro del feminismo y su capacidad para integrar nuevas realidades de género. Hemos avanzado más cuando el movimiento feminista ha remado en la misma dirección y frente a un riesgo grave de involución necesitamos más unidad que nunca. Más feminismo.