Mala
suerte

    03 sep 2020 / 16:21 H.
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    El asistente declaró que al llegar a la casa por la mañana encontró el cuerpo del amo en la piscina. Estaba pálido, rígido y frío. Llevaba el bañador y el polo del día anterior. Una chancla flotaba y la otra estaba en el borde de la piscina. El fotógrafo tomó instantáneas del cadáver dentro y fuera del agua, y también del lugar donde sobrevino la tragedia. El coche de la funeraria recogió el cuerpo para la autopsia. El desenlace fatal se produjo por ahogamiento. Así se hizo constar en el Registro Civil. Había sufrido un derrame cerebral, perdió el equilibrio, golpeó la cabeza con el borde de la piscina y cayó al agua. La pérdida de movilidad impidió el braceo. El pánico provocó la arritmia del corazón y facilitó la asfixia. El juez ignoraba que la noche anterior cuando el asistente, concluida la jornada laboral, marchaba para su casa, escuchó el golpe en el preciso momento en que iba a cerrar la puerta de la calle. Volvió, fue a la piscina y vio al amo ahogándose. Nadie podía sospechar que el asistente empujara la cara del difunto y la mantuviera bajo agua hasta consumar el ahogamiento. Luego salió y se marchó. A la mañana siguiente dio parte del macabro descubrimiento.

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