Magnum Rosarium
No hay palabras para narrar lo ocurrido en nuestra capital el pasado día 4 de octubre, festividad del santo Francisco, el “poverello” de Asís. Fue algo tan extraordinario y que es difícil encasillarlo exclusivamente en lo religioso, lo artístico, lo sentimental, lo escénico, lo devocional, lo particular, lo trascendente, lo idolátrico... De todo hubo en este desfile multitudinario y piadoso que se saturó con los nutridos séquitos cofrades de la escena movible y los miles de espectadores que ocuparon las distintas cáveas del recorrido. Los que formamos parte de las distintas comitivas tuvimos la suerte de observar la reacción del público. Y los pacientes concurrentes a hacerse una idea de cada una de las cofradías que desfilaron, procedentes de los pueblos y de la capital. Tanto en un lado como en el otro fue fácil determinar denominadores comunes. Para los que formamos los cortejos, no había ninguno mejor que el nuestro, por el arte y belleza de nuestra imagen, la grandiosidad del trono procesional, el acierto de su ornato, la armonía y elegancia de los costaleros, la maestría de la banda de música, la distinción de banderas y símbolos, el peso de la historia y antigüedad, el protocolo de las representaciones oficiales... Para los espectadores la visión fue más general y objetiva, pues pudieron observar y comparar, sin inclinarse por unos o por otros, salvo, como jiennenses de pro, con la venerada figura del Nazareno, que aúna los sentimientos del vecindario capitalino. En este sector de asistentes había también de todo, creyentes y agnósticos, curiosos y despistados, gente de fe sencilla e invitados por las circunstancias... Los pequeños no pararon de pedir estampas de las imágenes, como si se tratara de coleccionar cromos... No faltaron lágrimas, oraciones silenciosas, nudos en las gargantas y aplausos, vivas y mucho palmoteo rítmico en esquinas y “levantás”. ¿Y nada más? Cabe preguntarse si se cumplió el objetivo de la convocatoria, si el jubileo y el reencuentro se hicieron realidad, si el testimonio de los creyentes consiguió lo que se esperaba. Acaso sea oportuno recordar la parábola del sembrador: “...al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto...”.
