Los pollos
de Felipe

    10 dic 2021 / 16:35 H.
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    Qué razón tenías, Felipe, cuando decías eso de “Tanto pesar el pollo... pero al pollo habrá que echarle de comer, ¿no?”. Que conste que no pretendo joderte la dorada jubilación al contarte esto. Pero es que los profesores nos hemos convertido en máquinas de rellenar informes y documentos y de justificar estándares y criterios de aprendizaje; vivimos desamparados ante una horda de padres e inspectores ansiosos por encontrar un defecto de forma. Ya no va la cosa de enseñar a los chiquillos —dar de comer a los pollos—, ni tan siquiera de evaluarlos —pesarlos, dirías tú—, sino de mantener al monstruo de la burocracia a raya. Si en tus tiempos observabas consternado cómo los contenidos menguaban y se iban perdiendo irremediablemente, la nueva realidad te asombraría. Se afirma que no hay que saber nada, porque todos los datos están en la web y dentro de poco se dirá que tampoco es necesario leer: Google es capaz de pronunciar los textos en voz alta. Y lo peor es que los docentes nos callaremos, Felipe. Como siempre hemos hecho, nos sentiremos en la obligación de adaptarnos a esta nueva realidad bulímica y tiktokera, la misma en la que enseñar significa producir un volumen ingente de burocracia. Todo vale. Y llegaremos a justificar lo injustificable: que los pollos engordan sin que se les eche de comer.

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