Lo abofeteó... ¡Asesino!
El shérif intentó retenerlos sin conseguirlo. Desde el patrullero les gritó, “al menos, no os confundáis de persona”. Entraron y acometieron al negro en la celda. Cayó al suelo, perdió el conocimiento. Lo llevaron a pie del árbol. El blanco de siempre mostró la soga de siempre y colgaron al negro como siempre. No se movió. Se había desnucado al recibir el golpe seco contra el suelo. Mikel recortó con la navaja un trozo de tela. Mikel colecciona tiras de ropa de los ejecutados. Queman siempre el cadáver. El resto se tritura en la fábrica de John y se tira al río. Es mejor así. Ya se sabe, luego aparecen como cuervos esos miserables abogados y lo enredan todo. Pero los papeles se consumían a los pies del muerto y la ropa no prendía. El entusiasmo abandonó a la gente. Se fueron retirando lentamente, en silencio. Habían ejecutado a un hombre. En verdad no sabían qué había hecho. Sabían que era negro. De madrugada llegó el shérif con el de la funeraria. Constató que en efecto se habían equivocado de hombre. Mikel lo hablaba con su esposa. “¿Qué más da? —dijo Mikel—: era negro y estaba preso” Mary saltó de la mecedora. Lo abofeteó. Abofeteó a Mike hasta tirarlo al suelo ¡Asesino! ¡Asesino!