Lidiando con la verdad

01 mar 2024 / 09:54 H.
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En la política como en la lidia, el buen uso de los engaños es primordial. Poco iba a durar un gobernante en la poltrona o un torero en los ruedos sin ese juego misterioso que nos lleva a dudar si una cosa es o no es del todo verdad o a rebuscar donde está la parte de mentira de un discurso o de un natural. Y es que no son pocas las veces en las que una y otra se nos presentan vestidas y adornadas de tal forma —y para que no parezca demasiado lo que realmente son— que nos resultan difíciles de separar. Es más, ya puestos, hasta podríamos aprovechar la confusión para elegir y así poder justificar la opción que más nos interese, aunque sepamos que no sea la más legal. La facilidad que el progreso tecnológico ofrece hoy día para disimular verdades o para consentir mentiras genera un ambiente de inseguridad y relajación moral colectiva muy propicio para los que manejan el cotarro ideológico de las nuevas verdades y posverdades.

Nunca ha habido tantos recursos para sortear o disfrazar la verdad. La clásica verdad, la sencilla, la de toda la vida. Por eso los toros se han convertido en un referente, en un baluarte cultural donde no se puede, ni se debe, manipular la realidad. Ya se lo dejó claro el torero y político don Luis Mazzantini al famoso actor de su época Julián Romea, que asistía y protestaba desde la barrera: “Le brindo este toro para que vea que aquí en el ruedo se muere de verdad y no de mentirijillas como hace usted cada noche en el escenario”. Y es que sin entrar a valorar aspectos éticos, estéticos o rituales —que eso es otro debate— la corrida supone un auténtico baño de realidad vital. Y que lo es precisamente por su componente mortal, donde la sangre —sí, la sangre—, la del toro y la del torero, también es de verdad.

Según el gran pensador Julián Marías hay cuatro formas de relacionarse con la verdad. La primera sería la de vivir en una creencia de verdad —soy taurino o antitaurino, de derechas o de izquierdas— sin plantearse si es o no verdadera la creencia. La segunda, vivir en la pretensión de la verdad; es la más complicada porque siempre te estás preguntando si es o no es esa la verdad. Es vivir entre la duda y la exigencia. La tercera de las posturas —y la más cómoda de llevar— sería la de vivir al margen de la verdad: A mí qué más me da que sea o que no sea verdad. Y por último está la peor de todas por sus graves consecuencias: vivir en contra de la verdad. Que no se refiere a cuando uno está equivocado, pues el error es un hecho involuntario y un fallo lo puede tener cualquiera. Sino a cuando se miente a conciencia, sabiendo que es mentira lo que se dice. Dicho de otra manera, cuando se miente de verdad. La mentira como armamento. Esta última manera de tratar con la verdad suele ser el anticipo de la decadencia moral. Y la historia está llena de ejemplos del uso que de la mentira hicieron algunos regímenes para acabar con la libertad. Cada cual que encuadre ahora en esa lista la situación política —y taurina— en la que andamos. Aunque, salvando las distancias, podríamos añadir una quinta forma. La de vivir lidiando con la verdad, que vendría a ser una manera de jugar con las otras cuatro según se vayan presentando las circunstancias. En el argot taurino es precisamente el uso de los engaños lo que hace posible mostrar la verdad. Engañar al toro, pero sin mentir. Eso es torear.

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