Lealtad o fidelidad

    31 ago 2025 / 09:20 H.
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    La lealtad, como los montes, no tiene su precio calculable pero sí que tiene valor, pues antes de romperla se deben valorar las consecuencias que para quien la rompe pueden darse. Y hablo de lealtad, que no de fidelidad, cosa bien distinta y sujeta más a cuestiones de amores o fanatismos poco saludables. En la lealtad no cabe la mentira, el engaño bufo o incluso ser usada como arma manipuladora de las situaciones por parte de quien la recibe, y contra quien la demuestra. Cometemos muy asiduamente el grave error de confundir la lealtad con la entrega absoluta, y caemos en la trampa de utilizarla en nuestro propio beneficio. Esta percepción de tan grande virtud se da muy a menudo entre allegados cercanos, llámese familia o amigos grandes. Es una de las grandes virtudes perdidas en los últimos tiempos siendo sustituida por una fidelidad que parte de la falta de criterio propio para mantener, o no hacerlo, dicha fidelidad. Así, por ejemplo, es fácil encontrar a quien defiende determinadas posturas políticas o de opinión, solo porque el individuo en cuestión no se para a pensar en su posición y recoge como buen mandado la posición de la persona a quien se venera, admira o, simplemente, se le debe hacer la pelota porque es lo correcto según la corriente interna del partido o equipo, o lo que al líder de turno se le haya ocurrido. Esto es una clara dejación de funciones por parte del fiel.

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