Laura
He jugado muchos partidos de baloncesto en el polideportivo San José, pero de ese lugar recuerdo sobre todo un beso, el primero. Ella se llamaba Laura, vivía muy cerca de allí, en la cuesta de la Senda de la Moza. Era castaña, tirando a rubia, muy guapa; y yo, castaño, tirando a moreno, muy feo. Me dejó un par de semanas más tarde en la puerta de una discoteca, por un tipo que se llamaba Óscar o algo así, gemelo o mellizo de otro tipo que también se llamaba Óscar o algo así. No frecuentábamos los mismos sitios y después de ese beso vinieron otros: lo que me condujo a pensar que la había olvidado por completo. Volví a verla hará cosa de un par de años en otra discoteca, con otro tipo. Celebrábamos algo, el azar quiso que alguien, un amigo común, nos reuniera de nuevo. Ella seguía siendo castaña, tirando a rubia, muy guapa, aquella noche en concreto se me antojó que la mujer más guapa del mundo. Nos intercambiamos los teléfonos y nos pusimos al día. Resultó raro, porque yo de ella, en realidad, hasta ese momento solo había sabido que era castaña, tirando a rubia, muy guapa y que vivía en la cuesta de la Senda de la Moza. No nos dimos otro beso, los dos o tres mensajes que han habido se han circunscrito a la navidad y no hemos vuelto a coincidir. Sin embargo, desde entonces no hay un solo día que no me pregunte cómo llevará Óscar o su gemelo que lo dejara en la puerta de una discoteca.