Las siete y media

    27 jun 2019 / 11:37 H.

    Voy a mirar la hora. No puedo verla. El reloj sigue bajo el puño del pijama. Advertí que la manga quedaba larga, ¡y no me hicieron caso! Aunque no veo las agujas, es seguro que marcan las siete y media. No sé por qué lo sé, pero sé que lo sé. Antes de dejarlo en la mesa de noche, junto al crucifijo y el vaso de agua, di cuerda al viejo reloj Cauny, regalo de mis suegros para el día de la boda con Antoñita. Con la Antoñita, que en paz descanse. ¡Qué guapa estaba! ¡Y qué nerviosa subió al altar! Son las siete y media y tengo que darme prisa. Hoy voy al hospital, al control del Sintrom. A veces voy a otras cosas. El tarambana de Elías, mi compadre, nos dio la boda hasta que Inés, “la Civila”, lo despidió con cajas destempladas. Inés “es” “la Civila”. Y su marido es Ramón a secas, por mucho tricornio que Ramón se ponga. Estamos apelotonados cual corderos en aprisco, atentos al “click” de la puerta. Suena el “click” y aparece la auxiliar con los folios en la mano. Nombra a todos, uno por uno. Cada cual recibe el suyo, con la dosis nueva y la nueva cita. A los hospitales hay que ir con prevención, a hurtadillas y con prisa: no sea que te echen el guante y te saquen empaquetado por la trasera.