Las joyas de la abuela
Echaron las joyas en la bolsa de arpillera. Le advirtieron “durante cuatro horas, eres hombre mudo; luego llama; no encontrarán nada; nos sorbemos el aliento, con tal de no de echarlo fuera” Con un par de empujones habían sugerido al viudo que entregara las joyas. Al salir, le dieron un golpe en la boca del estómago que lo dobló como una alcayata. Apareció una mujer que vestía, hablaba y sonreía normal. Detuvieron el coche. La mujer dijo “Id a devolver las joyas a mi marido”. Lo hicieron. Los ladrones respetan la magia, los poderes ocultos y la ultratumba. Palidecieron cuando él rechazó la bolsa de arpillera “No, no; lo hecho, hecho está; seguid vuestro camino” Si rara fue la aparición de la mujer, peor fue el rechazo del hombre ¿Será ella la viuda en vida, será él un aparecido? ¿Vendrán ambos de la otra orilla? ¡Uf! ¡Que mal fario! Mejor girar visita al boticario. De él sacarían utillaje sano, lotes no averiados, en orden y como Dios manda. Cuentan las viejas del pueblo que la fallecida recogió sus joyas. Y que las nietas, hoy una, mañana otra, las encontraban en sus respectivos joyeros. La abuela repartía lo suyo como le parecía. Ellas y el abuelo lo sabían. Nadie reclamó nunca.