Las goteras
Poco a poco se va comiendo el tejado y el suelo con su permanente mancha de humedad. La gotera diaria no hace ningún bien a la casa común. Un día sí y otro también nos levantamos con la mosca intrigados por saber dónde caerá la gotera ese día. Los vecinos ya no sabemos si dudar de todas o de ninguna o solo de las del vecino. El caso es que ni unos ni otros sabemos o queremos poner pie en pared y determinar claramente que si el tejado se cae, se cae para todos y, si solo es una teja torcida, pues habrá que enderezarla para que deje de corromper a las demás. O la quitamos sin más. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Evidentemente quienes pusieron al gato. Aquellos que más tarde o más temprano van a terminar sufriendo los arañazos del destronado animal que, en su huida y refugio, va a patalear todo lo que pueda, porque es el único derecho que le queda por ejercer. Ya sabemos que un gato cabreado no conoce a nadie, ni siquiera a su dueño menos aún a sus compañeros de viaje. Barrunto que no puede pasear tranquilo de teja en teja aunque de pardo se disfrace durante el día y se pavonee de ser el amo del tejado. Porque es mucha casualidad que en cada gotera nueva se le haya visto trasteando entre las tejas, oculto en la noche, vestido de negro y con maletín de Bruselas. Y es que deberíamos ser capaces de ponernos en su lugar, ahora que lo conocemos, para evitar que haga más destrozos y más goteras.