La voz de mi amo

    06 nov 2022 / 16:00 H.
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    Resulta conmovedora la pintura de Francis Barraud que representa a un perro reconociendo a través de un gramófono la voz de su amo ya fallecido, y que se incorporó al mundo de la iconografía musical como emblema de la fidelidad y calidad con que se reproducían las voces y músicas originales en gramófonos en un primer momento y en discos después. El fiel perrillo se arrima desconcertado ante esa máquina que resucita la voz de aquel hombre al que acompañó, pero que ni huele ni ve. Sin embargo, a esa voz, se quiere entender, la considera única, familiar y verdadera. Ya sería un hallazgo importante para nuestro bienestar anímico que los seres humanos civilizados de este mundo, ahora, o en cualquier momento perdido en la noche de los tiempos, hubiéramos asumido y asimilado desde nuestra supuesta racionalidad, alguna voz con su ruidos, sus significantes y significados, que no haya sido cuestionada, despreciada, utilizada, manipulada, silenciada, interpretada, y así hasta cansarnos con todos los adjetivos que le quepan a un diccionario. Casi todo cabe en la arquitectura de nuestras voces. Por la boca muere el pez, proclama nuestro sabio refranero, y en boca cerrada no entran moscas. Tememos en continuas ocasiones, consciente o inconscientemente lo que decimos y a quien se lo decimos, y de la misma forma examinamos, recelamos o cuestionamos los que se nos dice y a quien nos lo dice. Se puede decir en consecuencia que tenemos incrustado en el genoma la nefasta magia de lo babélico y la confusión. Entre tantos otros, como la gente sencilla de sabidurías innatas, como los filósofos de ancho y cultivado pensamiento, el poeta Machado se nos retrata diciendo: “a distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una”. Si quisiéramos o pudiéramos, pararíamos, a escucharnos y a escuchar, pero el ruido, las voces sin fundamento, sin solvencia, sin armonía; se prodigan, se multiplican y erosionan las estructuras más sólidas que creíamos haber tenido, y de algún modo esta amorfa maraña solapa o distorsiona todo aquello que pudiera obedecer a razón y justo criterio. Y si antes nos conocíamos poco por la falta de información, ahora nos desconocemos a una velocidad vertiginosa y globalizada, con todas las informaciones y desinformaciones que tenemos que administrar, filtrar y depurar. Pero mucho me temo que el problema no está solo en la multiplicidad de las voces y sus contenidos, sino en aquellos que, desde sus pérfidos silencios, sustentan a voceros conocedores o ignorantes, que las dirigen, las exaltan, las mutilan, las acallan o las propagan. En esto, poco hemos cambiado, y si nos paramos a pensar, desde la trompetilla del pregonero a las agencias internacionales de comunicación, parece ser que únicamente las formas han evolucionado. De parte del señor alcalde se hace saber....

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