La tapa

    28 ene 2024 / 10:31 H.
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    El sarcófago no se tapa hasta que su dueño muere. Es su tumba. La diseña en vida y es él quien le pone los adornos. Nadie la debe tocar y mucho menos cerrar definitivamente. Nos pasamos la vida diciendo dónde queremos ir después de vivir. Que si cenizas al monte, que si debajo de la tierra, que si en “nicho de mi propiedad”. Es una decisión íntima y únicamente le compete a cada uno de nosotros. Hay gentes que preparan esas cosas años antes y siempre unidas a algún episodio importante de su vida. Lo hacían los faraones de Egipto, los emperadores romanos, las gentes humildes. Solo los soldados no pueden decidir el futuro de sus restos. Así es la guerra. Así es la vida. Estar junto a alguien determinado suele ser la más habitual de las razones que nos llevan a pedir que nuestros albaceas nos lleven a reposar aquí o allá, arriba o debajo, en urna o en viento. Nadie debe interponerse en una decisión así. Ni siquiera con la mejor de las intenciones y mucho menos a espaldas del no finado cuando, además, el sarcófago está reservado por su dueño para su eterno descanso. Lo piensa en vida, lo sueña en vida, lo prepara todo para que no haya dudas en el albacea. Y si me pides opinión sobre cómo hacer algo que ya has hecho, dándome a entender que aún no lo has hecho para hacerme creer que mi opinión te importa, me estás engañando. Ni mi opinión te importa ni yo tampoco.

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