La residencia
Quizá existan todavía, arropados por el velo de la nostalgia cinéfila, quienes identifiquen el título de este artículo con una película dirigida por Chico Ibáñez Serrador (La Residencia, 1969) pero lo más habitual es centrar la mirada en lo estudiantil, el veraneo o ese último estadio vital necesitado de mimo y soporte. Existen residencias de muchos tipos y circunstancias. Pero si volvemos al cine sesentero y al género en que se clasifica el film, el terror, solo podemos acercarnos a las que los noticiarios nos muestran como antros del olvido incluso con supuestos maltratos o vejaciones a esas personas que, en el último tramo de su vida, son recogidas, aparcadas, depositadas o ingresadas en tales escenarios. Lógicamente no podemos generalizar, pero solo con leer los titulares de prensa o de televisión, el estremecimiento sube en la escala del sonrojo, el espanto y la atrocidad.
Decía el filósofo Friedrich Schelling que “lo siniestro es aquello que debiendo permanecer oculto, se ha revelado” y no cabe duda de lo más siniestro que puede acontecer a alguien tan vulnerable como quien es “residente” en ese tipo de institución. Lo siniestro sale a la luz y nos aterra. A modo de mera enumeración, algunos de esos titulares que comentábamos son: “El Defensor del paciente ha pedido al Fiscal Superior de... el inicio de una investigación por el presunto maltrato por parte de dos trabajadoras a una usuaria de una residencia de... después de trascender un vídeo en redes sociales”; “Las trabajadoras confirman el trato degradante a los ancianos en las residencias de... “; “Ancianos atados, extra medicados y sucios: los maltratos en residencias de mayores”; “El 33% de los ancianos que están en residencias ha sido víctima de abusos en el último año, según la OMS. El maltrato adopta muchas formas, incluido el abuso psicológico, físico, financiero y sexual”; “Inspectores de... están investigando a la residencia... tras la publicación de un vídeo en el que una cuidadora se burla de una anciana tirada en el suelo intentando incorporarse a su silla de ruedas”; “Tres trabajadores detenidos por malos tratos a ancianos en una residencia de... Tenían miedo, los amenazaban”; “Grave maltrato a mayores en una residencia de... Les tienen con pañales sin cambiar durante horas, aparecen con hematomas y están sometidos a “maltrato psicológico”; “Nuevo caso de maltrato a ancianos en una residencia de... han apartado de sus labores a dos empleadas investigadas por supuesto trato denigrante a residentes”; “La Guardia Civil está investigando una residencia de ancianos de... por el supuesto maltrato que sufren los pacientes. Ancianos tirados en el suelo, heridas sin curar...”
Podríamos seguir enumerando los desmanes que se comenten, sin generalizar pero parece que con cierta frecuencia, en residencias de mayores contra las personas que allí habitan. Y ello nos debería hacer reaccionar. ¿Qué especie somos si entre nuestra predisposición genética está el burlarnos, desatender o maltratar física o psicológicamente a nuestros congéneres precisamente en situación de necesitar más que nunca el cuidado y la atención?
En la película de Ibáñez Serrador, la residencia vivía en un régimen de sadismo y terror. ¿Qué sentimientos albergan quienes, en las nuestras, incumplen el deber de ayudar a los mayores a su cargo?