La Pluma Verde
No sé si se recordará usted, DonMinistroFerroviario, de mi llamada a rebato de 9 de febrero pasado, en la que, desde esta misma página tan en contumacia por lo del AVE a Jaén, le refería yo que mi porfía se asemejaba, arriba o abajo, a la historia de la PlumaVerde. Allí le anunciaba que alguna vez le referiría yo esa historia. Y, como resulta que una es muy mirada en cumplir la palabra dada, aquí me tiene, dispuesta a la observancia ofertada.
Dice la tal historia que, llegado el día de la ConfesiónGeneral —cuando todavía se estilaba lo de la ConfesiónGeneral— se arrimó al confesionario un garrulo descreído que, tras hacer amago de santiguarse en función AveMaríaPurísima, se quedó mirando con tal embobamiento la estilográfica de bakelita verde que sobresalía entre la botonadura del ropón del confesor que hasta le dio un pasmo que lo dejó con la palabra en suspenso y con las meninges en quebrancía, urgidas del oportuno suspensorio.
—¿Estás bien, hijo mío? —le susurró el confesor.
—Estoy en un ay, padre, de ver esa PlumaVerde que gasta usted, —respondió el mocetón.
—Olvídate de mi PlumaVerde y vamos a lo que estamos; ¿cuánto tiempo...?
—Usted dispense, padre, pero me acaece que, con este antojo, se me están regolviendo las tripas. Si no me obsequia usted esa PlumaVerde, no podré concentrarme en las cosas divinas.
—Venga, que ya te ayudo yo a...
—Si de verdad quiere usted ayudarme —lo atajó el pimpollo— deme usted la PlumaVerde, y verá qué pronto nos ponemos a lo que estamos.
—Mira, hombre, que aquí se viene a lo que se viene y...
—Lo que usted diga, padre, pero, con perdón, si no suelta usted la puñetera PlumaVerde, a mí no me alcanza el cuerpo para nada más. Así que, debiera darme usted esa PlumaVerde antes de que se me salte la yel. —Y, mientras insistía, el mocetón alargaba las manos hacia la pechera del preste dispuestas al rescate de la PlumaVerde.
Cómo no sería la cosa que el pobre cura, desesperado, se echó mano al bolsillo, arrancó de él la pluma y se la arrojó al confesante pedigüeño con una rabia digna de mejor ocasión, sin pararse siquiera a perdonar los pecados no confesados de su cerril feligrés.
Pocos días después la que acudió a confesarse fue una mozuela de mejor ver que palpar, y de mejor palpar que escuchar si hemos de atender a la verborrea con la que se arrancó en alabanzas hacia el cura:
—Seguritita estoy de que si mis referencias no me engañan usted va a entender que mi Bartolo quiera meter mano o lo que sea donde haya de meterse.
—¿De qué estás hablando, hija? Mejor será que te dejes de divagaciones y vayamos al grano de lo que tengas que aliviarte.
—Pues lo que quiero decirle es que MiNovio no hace más que decirme que quiere catarme antes de bendecirnos.
—¡Ni setocurra consentirle semejante ultraje!
—Pero es que él apremia con una cabezonería que...
—Resiste, hija, resiste.
—No, si yo resisto. Si por mí fuera... Pero ya sabe usted cómo se las gasta ElBartolo. Ni usted pudo negarse a darle la PlumaVerde.
—¿La PlumaVerde? ¿Tu novio es el de la PlumaVerde?
—Eso mismo, padre.
—Pues... date por j..., hija, date por j...
¿Lo entiende usted, DonMinistro? A mí ese cuento me enseñó más que la mismísima EnciclopediÁlvarezCuartoGrado que es la última que estudié antes de que me mandaran interna al colegio de las Carmelitas.
No le negaré que mis paisanos no hacen más que guasearse de mi matraca con lo del AVE, siendo como son descreídos impenitentes tras lo que llevan pasado con los ladeos a que nos tienen sometidos los MandamasesPolíticos, mande quien mande. Pero a una servidora, que también tiene su rutina en porfías, la alienta el espíritu de LaPlumaVerde.
Además, DonMinistro, cuando hay que aprender, una es muy BienMandá. Por eso me agarro como a clavo ardiendo a sus propias enseñanzas de lo que usted dejó dicho días atrás en su comparecencia ante el Senado en ese caso tan coldoso que tanto aflige: “Vengo en son de paz, pero no me busquen”.
Pues eso: que dicen mis paisanos que será mejor que no nos busquen. Porque, puestos a responder, nunca se sabe...