La paz

    13 ene 2020 / 09:11 H.
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    Pienso en las banderas blancas y me pregunto si existirá algún lugar en el mundo en el que alguna siga cosida al mástil mucho tiempo después de concluir una guerra. No necesariamente ha de ser un país o una gran región, me basta con un apartamento en el que convivan al menos dos personas que, tras un conflicto, alcanzaron la paz y decidieron quedarse ahí, en la paz. Luego caigo en la cuenta de que esa idea resulta disparatada hasta para una sola persona y que por eso se trata de algo que se le desea a los muertos. Curioso que la muerte se erija en la principal fabricante de paz y en la circunstancia que más tristeza nos produce. Quizá se deba a que la paz que se consigue entonces no es más que un imposible o un acto de fe, y, en tal caso, también llama la atención nuestra incapacidad manifiesta para agrandar esa creencia tan hermosa hasta que abarque de veras a los vivos, dando por asumida su inexistencia o su permanencia en un lugar concreto, como esas banderas blancas a las que me refería al principio, o como la felicidad, que sabemos que está ahí, quietecita, como una mosca cualquiera, hasta que estiramos la mano para cogerla y levanta el vuelo.

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