La inmigración

    20 dic 2025 / 09:02 H.
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    Lo que impulsa al ser humano a cargar contra el débil es un mecanismo recurrente de descarga y de orden. El vulnerable —la bruja, el judío, el inmigrante— funciona como proyección de miedos y fracasos colectivos. Cuando una sociedad no entiende lo que le ocurre, cuando el mundo se vuelve incierto o injusto, busca un rostro al que culpar. Y casi siempre ese rostro es el del que tiene menos poder para defenderse. Se persigue al más vulnerable. La caza de brujas no fue una locura marginal, sino algo rudimentario: permitía explicar el mal, restaurar un orden simbólico y cohesionar al grupo a través del odio compartido. Lo mismo ocurrió con los judíos —convertidos en chivo expiatorio de crisis económicas, políticas o identitarias— y ocurre hoy con los inmigrantes. Cambian los nombres y los discursos, pero la lógica es la misma: simplificar lo complejo y convertir al otro en amenaza. El problema, por tanto, no es solo ético, sino profundamente antropológico y político. El ser humano parece tener una inclinación persistente a proteger su identidad atacando al diferente cuando carece de recursos simbólicos y materiales para afrontar la realidad de frente. Lo que dice bien poco de nosotros mismos.

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