Jaén, tenemos un problema

30 abr 2022 / 16:00 H.
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Cuando una persona padece dolor o inflamación, el profesional sanitario buscará el origen de estos males. Procurará paliar los síntomas, pero sabrá que un analgésico o un antiinflamatorio no provocan la desaparición del problema. La clave de un buen tratamiento está en el correcto diagnóstico, llegar al fondo del asunto, actuando sobre el verdadero problema, sin quedarse en el cortoplacismo de medidas paliativas.

En la provincia de Jaén venimos padeciendo, desde hace tiempo, males que son erróneamente interpretados como problemas. El envejecimiento y la pérdida de población no es el problema, es un síntoma de algo más grave. La provincia pierde población a un ritmo escandaloso, y también lo hace, a diferencia del resto de Andalucía, la capital de la provincia. Que tengamos una tasa de paro por encima de la media nacional, y una tasa de actividad por debajo de la media andaluza no es el problema, es un síntoma. Que en renta per cápita seamos la última de Andalucía y la 50 de España, no es el problema, es un síntoma. Que sea Jaén la única provincia de Andalucía que pierde empresas en el último año, no es el problema, es un síntoma. Que la rentabilidad de la inversiones inmobiliarias en Jaén sea negativa no es un problema, es un síntoma. Que la mayoría de los titulados universitarios opten por buscar empleo en la administración pública, actuando esta como un filtro que retiene talento que en realidad necesitaría el sector privado, no es el problema, es un síntoma.

Para eliminar todos estos síntomas hay que diagnosticar el verdadero problema social y económico que padecemos. Cuando la crisis financiera afectó tan de lleno a nuestra economía nacional nos dimos cuenta de que el problema estaba en un modelo de crecimiento excesivamente orientado a la demanda interna, y la solución fue apostar por la internacionalización. En Jaén nos aproximaríamos a un diagnóstico certero si advertimos que nuestro modelo de crecimiento está excesivamente orientado al sector agrícola y al sector público. Antes, el comercio al menor generaba valor añadido, pero la irrupción de grandes superficies y plataformas online han desterrado las tiendas y con ello hundido el sector inmobiliario. El sector primario ha permitido asentar población, pero la ausencia de riqueza empuja al abandono. Ningún país ha basado su riqueza en la producción de recursos agrícolas. Venecia, el estado más longevo del mundo, no tenía ni una huerta y gozaba de una rica economía. Ni en Flandes, Holanda o Inglaterra se cultivaba un rábano y dominaron la economía mundial durante siglos. Incluso España pudo presumir de riqueza por su comercio con las Américas y no por el trigo, el aceite o las ovejas. Por otra parte, el sector público compra la población activa a cambio de estabilidad, factor muy estimado en la tierra del miedo. Tanto el sector agrícola como el público inyectan un aletargamiento que ahoga las expectativas del sector privado. La población se relaja al calor de la nómina, la liquidación, la PAC y el PER, sin darnos cuenta de que marchitamos todas las expectativas de ambición que requiere una sociedad orgullosa de crecimiento. Detectado el problema, probemos con un tratamiento destinado a fortalecer el sector privado, a atraer inversiones con mejores infraestructuras, y lo más difícil, educar a las futuras generaciones para cambiar la tendencia.

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