Inteligencia rural
Decía Saramago que el hombre más sabio que conoció en su vida no sabía leer ni escribir. Era su abuelo. Nada como la necesidad para hacer uso de esa inteligencia natural que aguza el ingenio. Esa penuria de otro tiempo nos hace alabar la obra de quienes teniendo todo en contra desafiaron a molinos y gigantes para traer la prosperidad que ahora disfrutamos. Era ayer cuando la gente del campo auguraba la lluvia con total certeza según soplara el ábrego o el solano, cuando un mecánico reparaba cualquier avería con un par de herramientas. Nadie como el abuelo paterno que no conocí para arreglar zapatos con su lezna hueca. No había otro como mi abuelo materno para hacer muebles, enseres y hasta ataúdes de un trozo de madera y tocar un réquiem al órgano para el difunto. Nada igualaba la labor de aquellas abuelas mágicas de pañuelo y mandil que llevaban la economía de la casa, trajinaban donde hiciera falta y exprimían el tiempo hasta lo impensable para cumplir su misión. Era tal aquella inteligencia rural que hasta el tonto del pueblo sentenciaba al erudito con una frase inapelable “Tu a vendimiar las parras y yo aquí te espero con mis dos pagas”. Ahora vas y se lo cascas al chat GPT.