Hija de Bonifacio

17 ago 2020 / 11:20 H.
Ver comentarios

La muerte es un cuento chino para ayudarnos a comprender lo que vivimos sin ver, como esos sueños en la madrugada de un lunes en los que te sientas a la mesa junto a Sofía Loren, con unos espaguetis a la carbonara como excusa. De ahí habrá quien despierte pensando que menuda mierda, porque toca trabajar, y quien lo haga diciendo “arrivederci Roma, más pronto que tarde volveré”. Además, seamos honestos, la muerte, en infinidad de ocasiones, nos sirve para reecontrarnos con las personas que supuestamente han sucumbido en sus redes y, en lugar de con una llamada cada dos o tres días, pasan a presentarse en nuestras cabezas con mucha mayor frecuencia y por cualquier nimiedad. Esto se lo achacamos a la memoria de lo imposible, por esa absurda manía de dotar todo cuando nos acontece con una explicación; pero no va por ahí el asunto, resulta más sencillo: colgamos un cuadro o nos descubrimos frente a un nuevo horizonte y, al pronto, el muerto o la muerta de mentira nos acaricia el cogote y nos espeta “súbelo un poco de la derecha que está torcido” o “Dios Bendito, qué hermoso atardecer”. En definitiva: la muerte, como bien sabemos, solo obedece al olvido, al maldito olvido. Y no viene mal recordarlo.

Articulistas