Gonzálves

    22 oct 2020 / 16:27 H.
    Ver comentarios

    No es malo como pudiera pensarse. Nos apegamos a otros por necesidad. Me pretendió el gringo Smith, que vino de paso; e inmolé mi amor con el indio Gonzálves. Llegué a Pittsburgh ya casada. Entonces me llamaron madam Smith y eso me gustó. Unas cosas gustan y otras no tanto. No volví a ver a Gonzálves, el bello indio charapa. Fui una esposa ejemplar para Smith; aunque, cuando bebía, el gringo me golpeaba con el taco de jugar polo. Tuvimos un hijo alto y rubio de ojos claros. Fue a conocer Pucallpa, mi tierra. Ya no vivían los abuelos, pero la vieja casa de barro y palma continuaba de pié, a la orilla misma del Cahuinarí. Le presentaron a Gonzálves, y este le presentó a su hija, una charapa bellísima. Se prendó de ella. Tan pronto como lo supe, dispuse que lo regresaran de grado o por la fuerza. El amor es más perverso que el dengue o el cólera. ¡Mi hijo enamorado de una chuncha! La indita tendrá ojos de emperatriz y andares de gacela. Pero no puede ser y Gonzálves debía saberlo. Cada atardecer me retiro sola al dormitorio y entonces soy una potranca libre en un prado inmenso y verde. Allí recobro fuerzas. Pero, pues que Gonzálves me enojó tanto, ahorita ya no quiero ensoñarlo.

    Articulistas