Gente corriente
Esa persona a tu derecha, con la cabeza y los pensamientos ocultos bajo la capucha, esperando la luz verde del semáforo para continuar su camino, su lucha, para encarar su destino o tratar de escapar de él. Ha madrugado, a lo peor ni siquiera ha dormido, insomne al timón del barco de sus grandes pesares en busca de un puerto de abrigo que le permita sentir calor, sentir alivio. Descarga camiones de pescado o de fruta, vende lotería o ropa, da clases o las recibe, hace pan, guarda las calles, las limpia, reparte el correo, imparte justicia o lo intenta, transporta viajeros, a veces los mece. Construye casas, arregla ordenadores, escribe noticias, pinta paredes, siembra patatas, repara bajantes, sirve el café y la tostada y todas las mañanas dice buenos días y cede el paso en el portal, en la oficina, en las conversaciones. Esa persona que te tutea con cariño cuando la ambulancia aparca tu cuerpo en urgencias, que te levanta del suelo cuando tienes seis años y te caes de la bici, soplándote en la rodilla rasguñada para que nunca la olvides. La que cuenta un chiste en el tren o en la notaría para que todos lo escuchen, sabiendo que lo último que se lleva el viento es la risa. Esa persona a tu derecha. Esa gente corriente y extraordinaria.