Galeotes

    24 feb 2022 / 16:51 H.
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    Hasta doce de ellos iban ensartados por el cuello como cuentas de rosario, atraillados en colleras cual galgos corredores, prietas las muñecas con grilletes, las caras de unos más tristes que las de otros, y yendo todos al aire de las cuatro guardas, dos de a pié y dos de a caballo, que los traían en custodia hasta su destino en galeras, donde finan los galeotes. Desde su forzado destierro en Hendaya, teniendo a la vista su tierra vasca, se conduele Unamuno que “ciertos mocitos que se dicen intelectuales de minoría selecta” pretendan enseñarle, desde la cátedra del Ateneo madrileño, que los tales apedrearon a su libertador don Quijote, porque querían de él otras cadenas, las de cuadrilleros de la Santa Hermandad; anhelo que, por resultar insatisfecho, provocó el violento enojo de los condenados convictos. El sabio rector de Salamanca establece el yerro en que incurre el traslado a cristiano que Cervantes mandó hacer del manuscrito de Cide Hamete Benengeli, al poner en boca de Sansón Carrasco lo que no fue dicho por éste, sino por Sancho. Cervantes, por su parte, cuyas relaciones con la Justicia no eran buenas, la llamó a capítulo y puso en jaque, como habrá de verse seguidamente.

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