Gálvez

    29 dic 2023 / 09:52 H.
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    Dijeron que el marido estaba en el velatorio. Pero Filiberto Gálvez no pensó en el difunto, sino en ella. La pensaba de negro, de riguroso luto, a la cabecera del ataúd, minúscula, insignificante, apenas visible a la trémula luz de las velas. Y sin mirar ni llorar al difunto. Filiberto pensó que ella rememoraría lo audaz que fue aquel cuerpo, hoy yerto, que la tomaba con extrema vehemencia, con el rigor de potro desbocado, animal salvaje, herido de muerte, sangrando y expeliendo de sí mismo un raudal hirviente; sin freno, sin contención ni modales. Y ella se dejaba hacer, acatando la sagrada obligación del débito conyugal. Pero ausente, pensando en otro o en otra cosa. Filiberto Gálvez lo sabía por confidencias que le hizo ella en sus memorables citas de lujuria y desenfreno. En el mudo silencio, cuando se manifiesta el viento, que abate ramas y arremolina hojas secas, fue cuando se escuchó que ella musitaba masticando cada sílaba aquello de ¡buen viaje hayas, pendejo! que algunas percibieron. Una mujer arrastró una silla en el cuarto donde velaban. Ella saltó como gama abatida. Le pareció que el difunto contestaba ¡sí, me fui! como si fuera que los muertos hablaran; pero no hablan.

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