Fiesta de los Santos
Ha pasado un mes de este otoño extraño, se aproxima el incómodo día del cambio de hora, no llueve, hace calor y llegan los Santos que vamos a celebrar en mangas de camisa. Se hace difícil cumplir con las tradiciones en estas circunstancias, pero a pesar de todo seguiremos recordando a nuestros antepasados, les llevaremos flores con el cariño y respeto que merecen y rezaremos por ellos con la esperanza de que descansen en paz. Los cementerios son los lugares más visitados en estas fechas tan señaladas. En la próxima semana hay que adecentar las tumbas y engalanarlas con lirios, rosas y crisantemos, iluminarlas con la tenue luz de las velas que son el símbolo de que nuestros deudos permanecen en nuestra memoria y están presentes en nuestro corazón y en nuestra vida. Hay que reconocer que la visita al cementerio en estas fiestas es también un rito social porque en esos días nos encontramos en ese abigarrado espacio con amigos y conocidos que han venido de lejos a rezar ante las tumbas de sus familiares fallecidos; a esas personas que saludamos en el día de los Santos quizás no volveremos hasta el próximo año. Son días de recogimiento y sobre todo para muchos de nosotros estar ante la tumba de nuestros padres es un acto íntimo de reflexión y oración, ese momento en que se habla en silencio con los seres queridos que ya se fueron y a los que agradece todo lo que hicieron por nosotros e incluso se les pide perdón por las muchas veces que fuimos ingratos con ellos. En muchos pueblos se suele celebrar una misa en el cementerio en honor de todos los difuntos y en ella se hace presente ese recogimiento especial en todos los asistentes.
Pero la vida sigue y para hacer honor al refrán, los difuntos descansan en el sueño eterno y los vivos han de ir al bollo, y que mejor manera de dar gracias a la vida que compartir entre todos las delicias propias de la gastronomía familiar de la provincia, esas gachas dulces con matalahúva que se toman en la cena de la noche de los Santos, ese plato que ahuyenta a los malos espíritus y que se solía poner en las cerraduras de las puertas ajenas ya de madrugada. En la memoria de todos están los platos de cuchara que atemperan el estómago y sacian bien el apetito, entre los que cabe citar por ser tan nuestros, esas habas con berenjenas que saben a gloria, las migas de los días de frío cuando acompaña la lluvia, el cuarrécano frito con el sabor de la guindilla y bien empedrado con chorizo y las gachas tortas o andrajos con conejo o liebre. Después llegaran los postres en forma de dulces de sartén típicos de estas fechas, la leche frita, los roscos de vino o anís, los huesos de santo, los mostachones, las empanadas de cidra, los huevos moles y cómo no las aceitunas de cornezuelo y las castañas asadas que están en su mejor momento, en plena temporada.
Pero la realidad de esta sociedad llegará inevitablemente con el despiadado truco o trato con el que una caterva de brujas y monstruos importados de Dios sabe dónde están acabando con nuestra cultura, con nuestras tradiciones que nunca han sido postergadas con la rapidez que sucede ahora mediante ese horroroso Halloween con el que nos asaltan los niños, los jóvenes y los no tan jóvenes que más que hacer gracia hacen llorar de vergüenza ajena. ¡Qué payasada! Cuando llaman a mi puerta con esa cantinela suelo responder, perdone usted por Dios hermano, esa no es manera de celebrar estas fiestas en nuestra tierra, eso estará bien en Oregón, en Tennesse e incluso en Dakota del Norte, pero aquí a orillas del Guadalquivir el Carnaval, las comparsas y las mascaritas suele caer en el mes de febrero y eso es lo hay paisano, déjate de tonterías importadas y reza si quieres por todos los difuntos, que es lo que toca. Aquí tienes un plato de gachas dulces y una copita de anís para que entres en calor si te interesa y que tengas un buen viaje y no te desangres con la cara cortada y esa escoba de pacotilla, y por favor no vuelvas por aquí con esas payasadas.