Esto no es nuevo

18 jul 2025 / 09:13 H.
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Es de toda la vida. Ya en los primeros días de colegio, se veía venir al tipo que tenía claro que lo suyo, lo primero, era mandar. Ser el chulo de la clase. No solía ser el más inteligente, pero si el más osado. Pasaba por ser un tipo duro, con buenas hechuras, de insolente mirada y arrogante en sus andares de caderas bien plantadas. Y se rodeaba de algunos compañeros, listos, pero más vulgares, siempre atentos a lo que pudiesen apañar a la sombra del “capitán”. Porque entonces —no sé ahora— lo importante era ligar. Y para eso, al guapo, le bastaba con su sola presencia y —si acaso— con alguna frase hecha, aunque a los —y a las— demás les daba exactamente igual si lo que decía era o no era verdad. Y vamos a ser sinceros, la mayoría de las chavalas procuraban acercarse más a él que a los demás. Aunque no era tampoco una regla general, porque el ingenio de algún feillo, que solía crecerse ante el desaire, con su pico alegre y su gracejo, hacía unos quites de cartel. Pero claro, para otros menesteres de más relevancia intelectual que presencial, no bastaba entonces —ni hoy— con tener trapío, o carisma, como ahora se le llama. Según el ruedo en el que te toque lidiar las exigencias van mucho más allá. Y muy especialmente cuando de lo que se trata es de gobernar. Es decir, administrar la vida y hacienda de los demás. De ahí que a los políticos se les deba exigir bastante más. Y a lo mejor es en eso en lo que los electores fallamos.

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