España, siglo XXI: a más de dos horas de un paritorio

28 abr 2022 / 16:35 H.
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Acaban de operar a mi pareja en Úbeda, en el hospital San Juan de la Cruz, donde le corresponde. Ningún lamento, al contrario: a pesar de la larga espera —más de siete meses—, por la sempiterna saturación a la que está sometida la sanidad pública, una vez atraviesas la puerta todo son atenciones y buen hacer. La excepcionalidad del caso radica en nuestro lugar de residencia: Cortijo Viejo, una aldea perteneciente a Santiago-Pontones, municipio de la sierra de Segura que se encuentra a dos horas y algo de viaje por carretera de nuestro centro hospitalario de referencia: el citado más arriba.

Insisto, ni atisbo de queja: la intervención estaba planificada, nos avisaron con suficiente antelación y ya se sabe que los viajes no siempre nos pueden conducir a la playa. Cierto es que para los acompañantes toda esta trama supone un castigo y gasto extra, porque nosotros también dejamos nuestra ducha, nuestra cama, nuestra familia y nuestros amigos —a los que poder dar una voz para que nos echen un cable o un plato de comida— a dos horas y algo de viaje por carretera, y en ese sentido la administración no guarda ningún as en la manga: en el mismo sillón que se le presta al resto de mortales se resume toda su deferencia hacia nosotros. Y cómodo no es, a qué engañarnos.

Lo que sí espanta y produce bastante desasosiego e infinita incredulidad es pensar que el paritorio en el que han de dar a luz las mujeres de Santiago-Pontones o el quirófano del que depende nuestra vida, ante un hipotético accidente o cualquier otra clase de improvisto, se hallen, igualmente, a dos horas y algo de viaje por carretera. La mala suerte no se planea y los bebés no siempre vienen al mundo cuando dictan los ginecólogos. Traten de ponerse en situación: contracciones, curvas —muchas, muchísimas—, la desesperación por llegar, por salir... E idéntico trayecto para una revisión rutinaria, para una cita con el especialista, para un resultado, una prueba, un tratamiento, un diagnóstico. Ida y vuelta, con esa esperanza partimos.

¿Cabe aspirar a otra realidad cuando hablamos de una población de menos de tres mil habitantes y en continuo descenso? Santiago-Pontones conforma una anomalía, el resto de municipios de la sierra de Segura reducen en una hora, al menos, la distancia que les separa de ese paritorio y de ese quirófano. Visto así, se entiende que a cualquiera se le antoje un despropósito el mero planteamiento del tema. Sin embargo, tal vez sea precisamente esa vitola de rareza la que nos deba empujar a revertir el desamparo que supone dejar a estos municipios tan lejos de uno de nuestros principales derechos; porque no me refiero a la construcción de un mamotreto en el fin del mundo, para procurar asistencia a los cuatro paisanos, hablo —en el caso que nos ocupa, que seguro que es fácilmente extrapolable a otro puñado de enclaves de la España vacía— de ampliar la dotación del hospital comarcal de La Puerta de Segura que socorre en la actualidad a los distintos municipios de la sierra con lo más elemental y demandado, y lograr, de ese modo, resolver en inútil tener que viajar a Úbeda para traer a nuestros vástagos al mundo y reducir a una hora la distancia que nos separa a los habitantes de Santiago-Pontones de un quirófano y dejársela en minutos a los del resto de poblaciones.

¿Merece la pena armar semejante ajetreo por una hora, allá donde se supone que el paso del tiempo se relativiza? Pese a la vital importancia que encierra una respuesta rápida ante un problema de salud, pienso que la cuestión va más allá, porque esta acción cargada de lógica y humanidad, a su vez, conllevaría la disminución de las listas de espera (en Úbeda y en la sierra) y el asentamiento de más profesionales sanitarios en el medio rural, nuevos pobladores que quizá vendrían a fortalecer la vida de un colegio o incluso a devolvérsela. Y con el colegio abierto de nuevo, con niños corriendo por las calles de nuevo, con su alegría, su griterío y sus bicicletas levantando el polvo de los caminos, los pueblos somos invencibles.

Y el reto demográfico, menos reto.

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