Entrar en la Sierra de Segura

    19 feb 2024 / 09:51 H.
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    Adentrarse en la Sierra de Segura es como atravesar la cubierta de un libro antiquísimo, de valor incalculable, descubierto entre montañas de escombro, en un desván parisino durante la expulsión nazi. Un momento sublime envuelto en un halo mágico, rozando el romanticismo más glorioso. Un relámpago mixto de pretérito y futuro en el que se dan la mano tantos periodos temporales como pobladores habitaron estas tierras que parecen abocadas al olvido a pesar de la belleza y el misterio, la cultura y la sabiduría popular que guarda el silbo del viento, la hojarasca y el pino salgareño.

    Hace poco recorrí parte de la ruta de San Juan de la Cruz. Comienza en Beas de Segura y continúa por Hornos de Segura, Pontones, Santiago de la Espada, Nerpio, El sabinar (Moratalla) y finaliza en Caravaca de la Cruz. Este trayecto discurre por senderos inhóspitos que mantienen la atmósfera intacta del siglo XVI, cuando este místico anduvo por la sierra y se formó su gran pensamiento espiritual. En sus poemas, destaca su atracción por la naturaleza y su fascinación por las noches estrelladas que conoció en Nuestra Sierra; las equipara a la arquitectura de las ciudades en las que residió entre las que destacan Ávila, Salamanca, Baeza, Granada, Segovia y Úbeda. Todo ello unido a su amor por la música hacen que los complejos recursos melódicos de la época se conviertan en un delicadísimo recurso en sus poemas; así lo han puesto de relieve los críticos.

    Es vital poner en valor estas tierras nuestras que han sido castigadas duramente. Miles de familias fueron desarraigadas, obligadas a abandonar sus tierras para siempre. Fueron enviados a la llanura, un lugar al que muchos de ellos no se acostumbrarían nunca, viviendo con el recuerdo de sus noches estrelladas, del canto del grillo —que suena distinto allí arriba—, su molino de trigo; el olor inconfundible del pino resinero, la humedad que duerme en el musgo y bajo el mar de helechos que camuflan el sendero. Allá quedaron las ruinas de poblaciones enteras que antaño resplandecían prósperas y bulliciosas, llenas de críos que corrían por las eras con la libertad del cordero que acaba de salir de la cerca; que se bañaban entre los peces con agua cristalina.

    Las paredes siguen en su sitio, su derrumbe reclama justicia para recuperar la historia de las aldeas perdidas de la Sierra de Segura. Del mismo modo, las poblaciones que desaparecieron bajo el pantano de El Tranco guardan sus leyendas en libros escritos por las personas mayores que vivieron en los núcleos urbanos engullidos por las aguas del Guadalquivir.

    Es hora de reparar esta injusticia, de exigir medidas para revitalizar la vida en nuestras tierras, para luchar contra el azote de la despoblación que avisa de la extinción de nuestros pueblos. La calidad de vida, la dignidad de sus habitantes, el sustento de empleo y el arraigo deben convertirse en prioridades, pues no podemos tolerar que la desidia y el abandono marchiten nuestras raíces, dejando a nuestras comunidades a merced del olvido y la desolación. Es el momento de dejar de lado la complacencia y enfrentar con valentía los desafíos que se nos presentan, antes de que sea demasiado tarde para revertir el daño causado por décadas de desamparo.

    Exigimos una mayor inversión en infraestructuras turísticas, así como una mejora significativa en la señalización de caminos y senderos en la parte alta de la Sierra de Segura, proporcionando seguridad tanto a las empresas de turismo como a los aventureros que deseen explorar la sierra por su cuenta.

    El turismo rural, verde y sostenible, se abre paso tímidamente. Ofrecen visitas a los pueblos más recónditos, pasando por paisajes que regalan un espectáculo a nuestros sentidos mientras cuentan una historia de lucha y resistencia. Solo hay que abrir los ojos y descubrir la belleza que yace en nuestras montañas, de reconocer el valor intrínseco de nuestras tierras y comprometernos a protegerlas y valorarlas como merecen.

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