El viaje de “los diablos”

04 jul 2025 / 09:12 H.
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Bastante ojiplático me he quedado tras enfrentarme a unos textos de Joe Abercrombie. Concretamente “Los diablos”. Un “enfant terrible”, dicen, de la fantasía oscura. Habla el tal Joe de la literatura “a lo fantástico” y confieso que me encanta ese “caer” que me hace volver a los tiempos de los místicos cuando escribían “a lo divino” como mi querido San Juan de la Cruz. Pero volvamos a la realidad, o al menos a su versión “novela negra”. Leo: “la literatura fantástica debe explorar las zonas grises de la moral”. ¡Atiza! En la sinopsis de la contraportada que resumo casi “a lo divino” se dice: “Un grupo de “monstruos” emprende un épico viaje con su líder en busca de cierta solución para que alguien que aspira a un trono lo consiga”.

Mi mente calenturienta, fruto de la peligrosísima adicción a los noticiarios televisivos, identifica a esos individuos inmediatamente. Van en un utilitario, carretera y manta, intentando que alguien consiga ganar ciertos “favores”. ¿Es esto la realidad fantástica que explora lo más oscuro de la moralidad? Dios mío, ¡libérame de esta conciencia que me dice que la novela tiene muchos visos de realidad!

Pero sigo leyendo. Ese grupito “diabólico” lo comanda en jefe, alguien a quien se califica en el texto como burócrata ambicioso, algo taimado y que acaba perdido en aguas turbias. Es obvio a quien me retrotrae esta definición, pero miedo me da plasmarlo en palabras. ¿Hay alguien en la vida pública española que pudiera o pudiese encuadrarse en este párrafo? Hay varios, pero si se trata “del jefe” la amplitud se reduce. El resto de viajeros a la búsqueda de alcanzar el poder son, según el autor, “diablos” que se mecen, quizá a causa de la suspensión del vehículo o, mejor, de sus escrúpulos o de la falta de ellos, en esa arcadia, feliz para ellos, en la que la diferenciación entre lo moral y lo inmoral depende de la ventanilla por la que asoman su nariz bien para respirar el aire puro que sus tejemanejes enrarecen dentro del habitáculo o para aparentar ante el resto de viajeros o viandantes con los que se cruzan una rectitud que dista mucho de ser real. ¡Ay! ese adjetivo, real, me vuelve a descoyuntar la pobre neurona vigilante que queda atenta a la lectura. Dice Joe que sus personajes transitan, literalmente, vuelvo a leer, por ese filo de la navaja imaginaria que separa el bien del mal. ¿Lo saben? ¿Son conscientes de dónde empieza uno y acaba el otro? ¿Son héroes o villanos? Para aquellos que los mantienen, aplauden, soportan y exculpan de todo, lógicamente son parte del olimpo de la política conseguidora. Para el resto, aun para aquellos que los tuvieron en el pequeño altar de los deseos cotidianos y de la ideología limpia, el aura de la ilegalidad galopante, de la corrupción como modo de escala en el poder, del desprecio a unos valores a los que se supone que están supeditados y que ofrecían como modelo, empieza a difuminar la ilusión primigenia para ir transmutándose en desagradable certeza.

Mientras tanto, inasequibles al desaliento, siguen hacia su destino final. No olvidemos cuál era. Quizá ignoran que alguien ha puesto una grabadora a sus espaldas. Creo que es momento de poner nombres a los viajeros. O mejor, apellidos. ¿Alguien se atreve? Apunta finalmente Joe: “La fantasía es el género perfecto para explorar la realidad”. Dicho queda.

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