El vacío

    14 ene 2024 / 09:48 H.
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    La verdad sea escrita. No me apetece escribir nada. Ni de nada ni para nada. Nada tengo para nadie. Solo vacío. Pero habrá que contarlo. Es algo así como si el pecho estuviera hueco. O vacío. O lleno de vacíos. ¿De ausencias? La última me dejó marcado. Señalado para la última. La mía. O la tuya. Cualquiera de las dos me dejaría satisfecho. Tú primero por favor. No tengo prisa ninguna. Nos hemos acostumbrado a morir inmediatamente después de las fiestas navideñas. Despedimos la vida como quien despide un año cualquiera. Y eso no hay corazón que lo resista. Porque a esas ausencias se suman aquellas que ya casi estaban superadas y empiezan los recuerdos a brotar y brotar hasta que te das cuenta que no sirve de nada subir ni bajar porque ya no están ni arriba ni abajo. Es ahí donde se produce el vacío, el instante duro y fatal en que nos quedamos parados pensando “cómo le echo de menos”. La solución entonces no existe. Ni la mejor de las fotografías, ni cosas, ni face. Nada. Y nada apetece hacer ni escribirlo siquiera. Ahí están los mármoles para hacernos eternos por unos años más. El viento ha movido las flores y todos tienen las de otros. Pero el llanto es el mismo de ayer y de después. Las ausencias son siempre definitivas aunque vivamos con el empeño de las presencias eternas. Y todo eso después de navidades, como si las fiestas fueran la antesala de las despedidas eternas.

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