El pañuelo blanco
Una frase: “Papá, mamá. El sábado pasaré en tren frente a casa. Estoy arrepentida de mi comportamiento. Si queréis perdonar, colocad un pañuelo blanco en el árbol del patio, ese árbol que miran los viajeros. Si el sábado yo viera el pañuelo, bajaré en la siguiente estación, y si lo permitís me quedaré en casa con vosotros. Si no hay pañuelo, lo entenderé perfectamente y continuaré con mi hijo hasta donde esta triste vida quiera llevarnos” La carta llegó a tiempo. Y llegó el sábado. La muchacha no podía ver el árbol, porque le tocó un asiento que iba de espaldas al sentido de la marcha. Nadie quiso cambiárselo. Y el jefe del tren no le permitió ir de pie con el bebé en brazos. Entonces ella rogó a un anciano que estuviera pendiente del árbol, y le dijera si al paso del convoy veía en el árbol un pañuelo blanco. Cuando el tren pasó, el anciano gritó: “¡Muchacha! ¡No hay pañuelo blanco! Pero ven, acércate y mira!”. Se levantó la muchacha con el bebé en brazos y miró al árbol llorando. No había pañuelo blanco. ¡Sus padres habían cubierto las ramas del árbol con sábanas blancas, por si su hija no veía un pequeño pañuelo blanco!