El monje y el Diablo

    17 may 2024 / 09:14 H.
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    Pocos tales como él se hallan sobre la tierra. Cuando el monje recorre el claustro, persiguiendo conclusiones inaprensibles al común de las gentes, tiene por norma fijar la vista en los bajos, por donde, a medida que él avanza, aparece en rigurosa alternancia, un pié con su dedo gordo desnudo al aire; y el otro luego. E izando los ojos al cielo inmenso, agradece al Hacedor supremo las gracias que lo distinguen del mortal ordinario. Méritos auténticos; distintos de los falsarios, que traen causa en fingimientos, con que inútiles adulan a sus pares, en cortesía obligada y recíproca. Por la gatera de la soberbia violó el Diablo la defensa del fraile. Entraron ambos en pactos infestos. Acordó aquel dictar al otro lo que las sagradas Escrituras ocultan maliciosamente. En oscuridad y secreto, dijo uno y escribió incansablemente el otro. Surgieron iglesias acordadas a las novedades, muy del gusto y parecer del mundo. Pero amaneció el sol. Sus rayos diluyeron las páginas del monje infiel, del monje soberbio. Ardieron. El viento del norte arrastró las cenizas hasta sepultarlas en la sima del Averno. Las sagradas Escrituras quedaron tal y como las recibieron los Santos Padres de la Iglesia.



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