la ceguera

    02 dic 2021 / 17:14 H.
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    Dicen que se le secó la vista de tanto llorar. Pero había llorado poco; y ya no lloró más. El mal le vino del mucho leer y de una enfermedad incurable. El ciego vivía en casa del hijo. Allí vivían el ciego, el hijo y la mujer del hijo. Intuía la presencia de alguien, pero nunca percibió el arrastre de otra silla a la mesa. Los ciegos agudizan el oído y el olfato. El silencio repentino del pájaro, el crujir del suelo, el roce de las zapatillas de paño, la pérdida repentina de luz y su inmediata recuperación, la suave brisa y el olor de otro aliento cerca, todo inducía a sospecha. Desde el pozo de oscuridad en que estaba sumido, se atrevió a llamarla por su nombre; pero no halló respuesta. Murió de puro viejo y sin resolver la incógnita. Cuando la madre del hijo se cansó del mundo, y el mundo de ella, buscó el amparo del hijo. Éste la recogió con reserva de ocultar su presencia al padre. Era una mujer vieja. Saliendo por la puerta de casa el cortejo fúnebre con el cadáver del ciego, ella perdió repentinamente la vista. El hecho se atribuyó a un envío desde ultratumba del marido burlado, ahora con poder diabólico. Se divorciaron por causas enojosas e indignas, que sabía todo el mundo.

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