El lado correcto
Las pasadas semanas, los mandatarios israelíes afirmaban en tono amenazante en los medios de comunicación que debíamos “estar en el lado correcto de la historia y la justicia”. El primer impulso ante esta afirmación es: ¿ a qué historia y justicia se refieren? En España tenemos experiencia de estas afirmaciones como máximas en la toma de decisiones de alta política. No ha pasado tanto tiempo de la guerra del Golfo y sus efectos. Claro está, estar en el lado correcto, es asumir, y por tanto, construir conjuntamente el argumento de quienes como ellos se atribuyen la razón única, superando el marco básico como miembros de la especie humana: el reconocimiento del otro.
Por expresar libremente el derecho a no estar de acuerdo con ideas, su financiación o acciones que promuevan la eliminación de personas inocentes, bien por la fuerza de las armas, la falta de asistencia sanitaria o por generar bloqueos para crear hambruna, ¿es no estar en el lado correcto de la historia y la justicia? Sorprende que quienes hablan en nombre de la libertad, se permitan afirmaciones amenazantes por disentir. Ante esto, cabe hacerse la misma pregunta que el pensador Zizek: “¿Es la libertad una ilusión?” Se pueden retorcer los argumentos y vaciar de significado a las palabras hasta que éstas digan lo que ellos quieren decir, lo que está a favor de sus intereses; no por ello van a estar del lado justo y correcto: solo quieren reescribir la historia. Es una práctica habitual de los populismos totalitaristas.
En nuestro contexto nadie niega la identidad judía; al contrario; con lo que no se puede estar de acuerdo es con el expansionismo de la política extremista Sionista, que niega el derecho de la existencia de la nación palestina. Tampoco con una organización armada que secuestra a personas, incluyendo al propio pueblo que dice defender, para negar la existencia de una nación israelí. No se trata del derecho a la identidad de los pueblos, sino de las opciones políticas de quienes instrumentalizan esa identidad para encubrir intereses individualistas. Para ellos, la libertad es sólo la opción de explotar al otro, de quien sólo les interesa lo ajeno, no sus necesidades ni mucho menos la igualdad de derechos. Cuanto tardaremos en oír que la Declaración universal de los derechos humanos está obsoleta como argumento político rancio. De momento, no la tenemos en cuenta como lo que debe ser, una “Constitución universal” que acoge a todas las personas. Vemos la eliminación de un pueblo lleno de vida, de personas con derecho a un futuro, como quien escucha las estadísticas de los accidente en carretera. La ciencia muestra que existe la aleatoriedad e igualmente patrones premeditados que relacionan sucesos. En el año 2000, la revista “Time” afirmaba: “La hipocresía es la base de la civilización”. ¿Será este el fin al que se refería en su teoría Fukuyama cuando afirmaba que la historia humana, como lucha de ideologías, había llegado a su fin? Las ideologías, como proyectos de existencia de las personas con derechos e identidad política y cultural, no han llegado a su final: son la expresión de la diversidad y la evolución.
A la vida. Tras un mes escuchando mensajes de buenos deseos de humanismo universal y el ruido de fondo de las explosiones, igual estamos bajo el efecto del segundo milenio. La hipocresía.