El gran Umbral
Francisco Umbral fue un escritor total. Colosal memorialista. El gran cronista de la Transición. Autor de miles de artículos, la mayoría escritos en la fugacidad de unos escasos minutos, y muchos no han perdido actualidad porque reposan en la mejor palabra y en un talento insuperable. En la reinvención permanente del idioma. Todos los artículos se salvan (si es que han de salvarse) por una frase genial, por un calambrazo de escritura. En uno de ellos dice Umbral: “Eso que llamamos una derecha inteligente es siempre una izquierda vestida de novia”. Francisco Umbral vivió en escritor, es decir, prolongó la escritura a su propia vida, de modo que para salir a la calle a vislumbrar el trayecto de la actualidad, creó un personaje, como los creaba para sus novelas. Francesillo en los libros sobre la posguerra en Valladolid, y Francisco Umbral con abrigo de Pierre Cardin en alguna fiesta de la Transición con presencia de Adolfo Suárez. Francesillo y Francisco Umbral, pues, eran el mismo. Lo mismo. Lo ha escrito Manuel Vicent: “Para pasar a la posteridad hay que convertirse primero en un personaje”. Umbral creó como nadie un personaje de sí mismo. A Umbral persona y no personaje lo conocieron pocos: María España, su mujer, y sólo alguno más.
Umbral es actualidad porque sigue muy vivo, después de su muerte en agosto de 2017. La editorial andaluza Renacimiento acaba de publicar dos maravillosos libros inéditos de este autor, titulados “Yo, Umbral” y “El corazón y la luna”, que recogen artículos que hace años sacó Umbral en la desaparecida revista “Jano”. Los estoy leyendo. Anoto en uno de ellos: son artículos que parecen publicados hoy, actualísimos, a los que no ha erosionado el paso del tiempo porque tienen la vigencia de la inteligencia y la palabra, de la mejor escritura. En la página 45 de “Yo, Umbral” se lee: “La mujer está en la tierra para burlarse del hombre, para darnos una visión del mundo más profunda, más natural, más erótica y más lírica. Para hacer bien lo que los hombres han hecho mal durante siglos, desde siempre”. Umbral está vivo, sí. Esa es la tesis de este artículo. Lo dice Luis Felipe Arranz en el prólogo de “La forja de un ladrón”: “Lo que fascina de Umbral es su capacidad de influir en las jóvenes generaciones, la emoción y emulación que despierta, las vocaciones que pone en marcha, directa o indirectamente, a través de su literatura en la verbena nacional, cuando el oro y el fulgor del éxito se convierten en el paraíso largamente acariciado de los escritores más jóvenes”. Porque es como si Umbral escribiera todavía diariamente a través de la pluma de otros. De Ángel Antonio Herrera o de Jesús Nieto Jurado, por ejemplo.
Francisco Umbral es el estilo, el fogonazo literario, la frase que deslumbra. El hombre felizmente “letraherido”. Sus libros empatan por su prosa, pero quedan en la memoria por su hondura. Por las ideas que contienen. Por su hermosa lentitud literaria. Como en la olvidada novela “Si hubiéramos sabido que el amor era eso”, de 1967, donde la pareja protagonista sube a taxis y visita cafés literarios, va y viene por Madrid, no pasa nada, pero el amor lo envuelve todo. Francisco Umbral, pues, está aquí 18 años después de su muerte. “Umbral murió resucitando”, ha escrito Ángel Antonio Herrera. Inmortal y rosa, Umbral murió, sí, resucitando. Por eso, cuando releemos cualquier libro de Umbral, como la reciente reedición de “Mortal y rosa”, siempre pensamos: Francisco Umbral escribe cada día mejor.