El cesto de mimbre

    09 ago 2024 / 09:15 H.
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    Es un hombre sordo y ciego que tiene el libro del turco. Encarga copias a quiénes ven, y aprendieron a leer y escribir, y las da al mundo como propias. Sin embargo murió y en la cueva donde vivía no se halló lujo ni libro alguno. Así que no era sino un pobre viejo, que pretendía morir tranquilo, en paz consigo mismo. Se dispuso el funeral. Fue acto breve, sin lujo, sin inciensos ni cantos, liturgia de pobres e indigentes. Porque no era decente consentir entierro sin compañía, asistió el alcalde, el secretario, el guardia civil y una monja del convento. Antes del Missa Est el sacristán depositó a pie del altar la cesta de mimbre. Era voluntad del difunto que su contenido quedara como legado perpetuo para el pueblo. Sí, los pecados le acarearon una sordera profunda y el vivir en la oscuridad más absoluta. Pero las lágrimas y muchas penitencias, y sobre todo la intercesión de la Virgen de la Capilla, le alcanzaron que las primeras horas del alba de cada día recuperara milagrosamente oido y vista. Este intervalo le permitió componer las músicas e historias contenidas en el libro, que regalaba al pueblo y que la difamación de la gente atribuía a robo al turco o a tratos con el Diablo.

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