El cadáver errante

    09 ago 2025 / 09:01 H.
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    En marzo de 1978, el cadáver de Charlie Chaplin desapareció de su tumba en el tranquilo cementerio de Corsier-sur-Vevey, Suiza. El mundo entero, aún entre lágrimas por el genio del cine mudo, quedó asombrado: ¿quién roba a un icono del siglo XX, y por qué? Las pistas eran escasas. Ni huellas, ni testigos. Solo un agujero en la tierra y el eco de una comedia negra digna del propio Charlot. Pronto, la familia Chaplin empezó a recibir llamadas: dos inmigrantes del Este exigían 600.000 francos suizos por el rescate del cadáver. Ridículo, pensó la viuda Oona, quien se negó a pagar, afirmando que “Charlie se habría reído de esto”. Tras una investigación digna de un guion de los hermanos Coen, los ladrones fueron atrapados: Roman Wardas y Gantscho Ganev, dos mecánicos desempleados que querían salir de la miseria. Enterraron el cuerpo en un campo de maíz, como si fuera una bicicleta robada. El cuerpo fue recuperado intacto. Esta vez, Charlie fue sepultado bajo una losa de hormigón. Por si acaso. Y así, el hombre que hizo reír al mundo sin decir una palabra protagonizó, ya sin moverse, uno de los secuestros más absurdos del siglo.

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