El banquito

22 jun 2020 / 16:42 H.
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Por lo general, los obispos pierden su fe en Dios cuando advierten que a pesar de que unas palabras suyas no bastan para sanar a nadie, todos se levanta menos Lázaro —contingencias del camino, pensarán—. Con los políticos sucede un poco lo mismo; el poder, a fin de cuentas, actúa como un banquito que les permite divisar desde arriba al respetable, y, para su disfrute, el chófer y el asistente, ipso facto, dejan de ser unas figuras que solo pertenecen a las películas. Entonces, a la velocidad de un milagro, las promesas se dividen, las herencias recibidas se multiplican y el arca de Noé se llena de los amigotes que facilitaron el acceso al banquito que, aunque continúa ahí, impertérrito, soportando el peso del liderazgo, ellos ya no lo perciben como tal y pasan a entender que su posición más alta responde a alguna clase de levitación. El ciudadano medio sabe que lo de la separación de los mares y lo del día a día más holgado forman parte del teatrillo y que otras religiones y regímenes más totalitarios serían aun peores, y termina apañándoselas yendo a lo suyo. El ciudadano imbécil increpa a Lázaro y no duda en reclinarse por si el banquito falla y su líder opina que se puede valer de su espalda para seguir apreciando coronillas.

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