El arca de Noé

    22 mar 2024 / 09:45 H.
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    Llegó un soplo solar que inclinó el eje de la tierra. Las comunicaciones telemáticas se apagaron. El pánico embargó a las pobres gentes. Aeronaves y buques en tránsito carecían de referencias fiables sobre la ruta seguida. Pilotos y capitanes olvidaron la ciencia. Fiaban en su instinto, carecían de otro recurso. Era el retorno al medievo. Los hombres —perdidos, aterrorizados; ciegos, sordos y mudos— agotaron la paciencia y el juicio, y comenzaron a agredirse. Al rotar la inclinación del planeta, fundieron los hielos perpetuos. No quedó llanura, montaña, río, planta o superficie donde poner pie. No hubo día. Niebla y rumor de tormenta acercándose era todo. Sin luz y envueltos en mugre pestilente, los hombres enloquecían. Un día apareció en el horizonte una gran balsa de madera. Marchaba sin rumbo, al pairo, sobre las infestas y turbias aguas. Alrededor de ella flotaban cadáveres insepultos junto a cajas mortuorias vacías. Descendieron las aguas y la balsa se posó sobre las cumbres del Ararat. Bajaron de ella hombres con apariencia de coleóptero, con tres patas y cinco ojos. Era el principio de la nueva generación. Del pasado —tronó la Voz— no quedará recuerdo ni vendrá pensamiento.

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