La reconversión oleícola

17 sep 2023 / 09:36 H.
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Han bastado dos cosechas de escasa producción para diagnosticar que el motor de nuestra economía está gripado. Hasta ahora, la vecería nos irritaba un año con escasa producción, y nos volvía a irritar al siguiente por la caída de precios. Pero se tiraba para adelante, entre berrinche y berrinche, sin que faltara el trabajo, admitiendo las reglas que nos imponía el cielo y el mercado. La búsqueda de la excelencia no se proyectaba como una necesidad en un sector que ha funcionado con escasos avances desde la época de los romanos. Esta falta de competitividad nos abocaba a considerar el cultivo, para muchos, como un mero entretenimiento.

La caída de la producción de estas dos campañas, la anterior y la que viene, amenaza con no poder satisfacer la demanda de un producto cuyos consumidores valoran pagando precios que creíamos prohibitivos. Nuestro gozo en un pozo (seco), porque multiplicar diez euros por cero, nos da nada, que es bastante menos que poco. La falta de competitividad del sector nos impide jugar en los capítulos de mayor rentabilidad, y nos hace aún más vulnerables en el futuro.

La subida de precios tiene un efecto negativo en el descenso del consumo, sobre todo nacional, que ya cae un 35%, pero ayuda a una percepción de valor en el consumidor que ya ha demostrado estar dispuesto a pagar más por un producto saludable. Si la producción se recupera el precio en origen caerá estrepitosamente como losa que corrige el mercado, pero el distribuidor final defenderá un renovado precio de utilidad, lo que supondrá otro zarpazo al agricultor en la cadena de valor. La reconversión supone escalar en la competitividad. Para esta escalada debemos trabajar cada peldaño, desde el cultivo, a la distribución pasando por la industria. En el cultivo se hace indispensable reducir los costes y la eficiencia en la gestión del agua ante escenarios más frecuentes de sequía. Para ello debemos afrontar algo muy doloroso para nuestros mayores, y es arrancar olivos y plantar setos, es decir, pasar a plantaciones de intensivos. Progresivamente, adaptar las fincas incorporando variedades más resistentes al estrés hídrico y a enfermedades. De nada sirve inversiones de cientos de miles de euros infrautilizadas para el laboreo de bosques estériles. Adicionalmente, debemos incorporar el cultivo ecológico cuyos porcentajes en nuestra provincia son vergonzosos. En definitiva, orientarnos al cliente en términos de rentabilidad.

En la industria es imperioso aumentar el tamaño de las almazaras. La pequeña dimensión sólo conduce al cortoplacismo, al conservadurismo y a la confrontación. El camino se hace mediante procesos de fusión de las cooperativas, evitando subvencionar inversiones que compitan con nosotros mismos, e incorporando cupos de molturación en las almazaras que premien las más competitivas. En la distribución, resulta inexcusable la ausencia de control en las calidades del aceite de oliva. Si buscamos la excelencia, con precios diferenciados, no podemos ofrecer al consumidor gato por liebre, que es engañarnos a nosotros mismos. El mejor indicador de esta reconversión es el relevo generacional, porque los jóvenes no querrán vivir en un sistema que se adapte a la pobreza.

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