Educar con talante igualitario
No creo que exista nadie con talante democrático que no abogue por la igualdad de toda la ciudadanía. Se habla de igualdad de todos ante la ley, de igualdad de oportunidades, de igualdad de derechos. Desde este mismo plano discursivo tendríamos que hablar también de desigualdad ante la ley, desigualdad de oportunidades..., lo cual no es equiparable a pensar sobre la diversidad ante esas mismas situaciones desde el ámbito de las diferencias. Cuando se habla de “igualdad ante...” no se excluyen las diferencias, sino que estas son las que garantizan la posibilidad de reclamar el derecho de “ser iguales ante...”. En este sentido son elocuentes las palabras del profesor Pérez Tapias hace ya tres décadas, pero que siguen vigentes: “Educar para la igualdad es educar para el mestizaje, en el respeto a la alteridad que hace posible el mutuo enriquecimiento desde las diferencias. Si logramos educar en la igualdad que desde el punto de vista de la humanidad interesa, estaremos avanzando por el mejor camino hacia la justicia, el que conduce a la libertad de todos y a que nadie vea frustradas de raíz, por el azar de la naturaleza o por determinada ubicación social sobre la que recae la carga opresiva de la historia, sus posibilidades de autorrealización”. Reivindicar, por tanto, una educación con talante igualitario (igualdad de oportunidades) y comprensivo no significa, en ningún caso, reclamar la uniformidad para todo el alumnado, sino que entraña una estructuración de la atención educativa en el respeto de las particularidades de cada estudiante y en el convencimiento de que las motivaciones, los intereses, el estilo y la capacidad de aprendizaje son muy distintos entre el alumnado, debido a un complejo conjunto de factores, tanto individuales como de origen sociocultural, que interactúan entre sí. Pero, quizás debemos reflexionar sobre cómo la sociedad y la educación han reaccionado de forma muy parecida ante la diversidad humana. Tanto la escuela como la sociedad, en su perspectiva educadora, han desplegado multitud de acciones para intentar corregir la diversidad, convirtiendo las diferencias entre las personas en situaciones claras de desigualdad, en la ansiada búsqueda de un determinado orden social, que queda legitimado por el logro educativo, lejos de la igualdad de oportunidades. Estamos comprobando que la sociedad actual es altamente diferencial a la vez que reduccionista a situaciones actitudinales de corto espectro que nos está llevando, sin apenas darnos cuenta, hacia una socialización pautada, gracias a la cual todos tenemos que pensar, sentir, hacer y estar dentro del mismo pentagrama y orquestados en la misma clave de sol. La gobernanza política en nuestro país camina en esa dirección y es necesario un cambio axiológico a nivel social y educativo. Es un gran reto, complejo pero necesario, por la urgencia de reivindicar una educación con talante igualitario (igualdad de oportunidades) en el marco de los derechos humanos, que fomente la mejora de los sistemas educativos y los servicios que prestan. En este sentido, la dinámica de las instituciones ha de promocionar la actividad crítica y ser un centro de vivencias y experiencias que provoquen el desarrollo integral de la persona desde la igualdad de oportunidades y la promoción del cambio sociocultural, desde el equilibrio entre la autonomía y singularidad de cada uno y las exigencias de cada contexto social. Hablamos de la necesidad de una metamorfosis educativa que pueda transformar la naturaleza misma de la educación y que evolucione hacia un proceso flexible, inclusivo, accesible y centrado en las características del ser humano en su globalidad, capaz de ofrecer oportunidades a toda sociedad en su conjunto sin ningún tipo de discriminaciones. Los centros educativos no pueden ser meros reproductores de las pautas sociales, entre ellas las que desarrolla la clase política, porque si es así, que será de nuestros jóvenes cuando contemplen sus actuaciones.