Dos parámetros estivales

    26 jul 2019 / 12:01 H.

    Si llega un conocido en bañador, y pregunta que a qué playa se puede ir por aquí, encójase de hombros a toda costa. Se admiten vaguedades del tipo: no recuerdo cómo se llama, es una calita que se encuentra entre dos farallones de basalto negro, pasado un muro y bajo una atalaya. Es pequeña, en aquella dirección (señálese la contraria) Los datos exhaustivos también desaniman: se recorre en 100 trancos exactos de punta a punta, 135 si se aplica un andar más meditabundo; el mar emboca 11’35 olas por minuto y, para llegar a la orilla, cada una de ellas tiene que hacer el esfuerzo de sortear 2 islotes enanos y 35 afiladas rocas que desbaratan los juegos con colchoneta hinchable o cualquier alarde de natación, por olímpico que sea el esfuerzo del bañista. Por no tener, ni arena tiene. Que se vaya a la playa de chiringuito con todos los demás. Volverá a tener para usted el paraíso de gravilla redondeada que se sacude de la piel como una leve transparencia engarzada de panizo. Se sumergirá otra vez en sus pocetas de agua translúcida, entre pececillos y ermitaños, y podrá afirmarse una vez más en que el mundo sólo puede leerse de acuerdo con dos parámetros: contigo y allí en la playa.