De soledades

    10 mar 2024 / 09:58 H.
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    A cada paso que doy me estrello de lleno con una soledad. Calles vacías, casas vacías gentes vacías, solas. La soledad es un lujo que solo se pueden permitir los libres. He escuchado esto de muchas bocas algunas excelsas y sinceras, otras falsas y cobardes. La famosa fábula que contaba la reacción de la zorra ante su fracaso a la hora de conseguir un racimo de uvas, es lo más parecido que se me ocurre ante aquella afirmación. Porque la soledad, como todo en esta vida, también cansa y nos hacemos los libres para justificarla. Pero eso nos puede servir de artimaña una vez o dos. No más. A poco que seamos sinceros por dentro descubrimos que la soledad es una tremenda putada. Pero mi soledad es mía y solo mía. Algo es algo. Y quiero imaginar que todas las soledades que se me estrellan todos los días tienen un dueño y no están solas. Las veo trajinar en sus cabezas sentimientos de libertad cuando, en realidad, lo que sienten es la falta de libertad porque no han conseguido el racimo de uvas compañeras de vida y de paseos. Las soledades campan a sus anchas por las estrechas calles cuando buscan un bar donde esconderse. Y allí se dejan caer en brazos de los dioses Dionisio y Baco invocando rayos y tridentes para reafirmar su libertad frente a las demás soledades. Cuando las calles se cierran vuelven a la soledad de los hogares vacíos a llorar, una noche más, en libertad.

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